domingo, 18 de octubre de 2009

ELLA


PINTURA:  Mujeres     AUTOR: Ivanocs Ocaña


Quién lo iba a imaginar, ella, que aparecía como católica apostólica y romana, ella, que pertenecía al más acendrado círculo del conservadurismo local, ella, que recatada y púdica no levantaba los ojos más que para mirar religiosos íconos, quien iba a imaginarse que ella se iba a enamorar de mí, se iba a atolondrar con mis voz y a ruborizar con mis miradas, a perderse entre vericuetos nocturnos y en peligrosos escondrijos haría secretas citas para acariciarnos en silencio; con mentirijillas cada vez más atrevidas iría acercándose, aceleradamente hacia el pecado; para prontamente, gozar y solazarse voraz en el adulterio, reinventando su historia y olvidándose de sí, con tal de retozar noches enteras en mis brazos.

Como podría haberme imaginado, que mis desvergonzadas bromas de risueña tertulia, calarían tan hondo en esa alma etérea; con decimonónicos valores y el temor de Dios aherrojado en la piel.

Como fuera lo que fue, hube de auparme al cinismo, amar su calípiga belleza y exculparla cotidiano y falaz al verla tan amiga de mi mujer, regaloneando a mis hijos. Ella no atinaba –en un inicio- a pronunciar palabra a mi llegada a casa; preguntaba yo que la traía -en impúdica alusión velada- en el lenguaje de los amantes; preguntaba yo –igualmente fresco y procaz- si no sería que tal vez se habría enamorado del dueño de casa y ella se sonrojaba, violenta y violeta y era defendida por mi inocente compañera, que me tildaba de fanfarrón y me decía que era su amiga y protegida y ella, más encarnada aún, mordía sus labios hasta la sangre.

Me pregunto si tal vez no habría sido mejor nunca haberla perseguido aquella tarde en el campo y aprovechando la distancia y la ausencia de ojos, abordarla seguro y canchero robándole besos y caricias entre sus “No no, por favor no” que eran –sabía yo- si, sí, más sí, y fue más; tanto más, que se ocupó –en breve plazo- de encontrar excusas para quedarse a dormir en mi casa y entre conversa y tesitos, verter soporíferas mezclas en la taza de mi mujer, quien pronto se dormía como un leñador y nos dejaba en absoluta libertad para nuestro amatorios avatares; así pasó tal vez medio año o algo más y de pronto, más que poco a poco, fui yo quien comenzó a sentirse cansado, fui yo quien –Oh sorpresa para mí- no tuve ya más ganas de ella y de sus lances de hembra en celo, así que cuando se quedaba, lo que era muy seguido, optaba por retirarme temprano a dormir y leía en su mirada un reproche turbio y malhumorado –o al menos eso me parecía- eso me pareció hasta que un día –de esos días- mi santa mujer se allegó queda y silente a mi oído y me susurró en perceptible arrumaco: “querido, querido mío, me voy, me voy con ella, hace tiempo que me gusta más que tú”


Cuento: Claudio Camus





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