miércoles, 28 de octubre de 2009

UN SILENCIO RIMBOMBANTE


PINTURA: Escucho tu silencio    AUTOR: Rodrigo Martin

Un silencio rimbombante, circunda la plaza. Madrugada trasnochadora y ni de chiripa una chomba para calentar el frío; ni un paleteado transeúnte a quién pedirle monedas, ni una farmacia de turno –botica diría mi agüela- donde, con la chiva de una pastilla que tomar, pedir agüita. A lo lejos un maricueca travesti, ataviado como vieja pituca, revenido y bamboleante, muestra sus escuálidas piernas a la soledad impenitente de la aurora avecinante; un chupete de guagua, adornando la acera para recordar la vida y la pesadez gratuita del dolor en el mate, gritándome en chitón por un poquito de algo; cualquier cosa; tal vez un bocinazo o una palabra, mejor dinero o un pedazo de pan.

Mala, muy mala pasada la del surmenage que me agarré estudiando como enajenado; abandono de hogar, abandono de estudios, abandono de mí, abandonado al azar de las esquinas, buscando cualquier cosa, lo que puede significar eso y nada; como en Barcelona, cuando arrimado al calorcillo triste de la heroína y jeringa a la vena, jeringueando seguido -cada vez que el efecto bajaba- las venas amoratadas de mi soma triste. La rehabilitación de mi corta estadía en esos parajes de paraíso – infierno, fue menos doliente que este asomarse a esta otra nada.

Y sucede que con esto del cerebro copado y la cognición limitada, no me acuerdo donde vivo, y doy vueltas y vueltas por la misma plaza, las mismas calles, por que intuyo, me parece y creo, que es por aquí, pero no me acuerdo y espero memorarlo pronto, no siempre me pasa, solo con el copete y los pitos…mala mezcla para mi ya, mala mezcla, tengo que dejarlo, porque no es primera vez –me parece- que no es la primera que me pasa, y me da la impresión que hace rato –mucho rato- que esto me sucede, por mis zapatos rotos, mi barba larguísima, los ojos curiosos de los niños en el día y las miradas huidizas de las mujeres, pero sobre todo, por las monedas que me tiran o me pasan y porque no tengo idea de cómo me llamo, ni de cómo me hablo.

Y me da pena y me da risa, cuando me sucede como ayer; cuando una anciana cabizbaja y triste se detuvo largo rato a mirarme y me preguntó mi nombre y no pude contestarle –porque no me acuerdo- y me lo preguntó muchas veces y en un llanto –que me dio pena- me dijo que tenía los ojos de su hijo, perdido hace tantos años; y me siguió dando pena, porque aunque era una anciana, tenía –ella también- los ojos de mi madre.

Que son los que llenan –ahora- este silencio rimbombante que circunda la plaza.



cuento
 CLAUDIO CAMUS




1 comentario:

Rodrigo Martín dijo...

Me gustó el cuento ! gran aporte. Soy Rodrigo Martín el autor del cuadro. Os pongo en enlaces en mi blog ... Saludos !!