lunes, 30 de marzo de 2009

TRO3

Las violentas constataciones, el horizonte desorientado, buscarse en Chile, en Suiza, en Pekín y no encontrarse en ninguna parte, excepto –a veces- en el reflejo de uno en el otro, en algo del otro; y se acumulan -con la impertinencia de siempre- una retahíla interminable de segundos, las Parcas siguen tejiendo este entramado que todos sabemos como termina, nada más.
No me sirven las recetadas recetas del religioso impuesto, ni las del oteado. El husmeo de ese incienso me huele mal.
Las recetas de la ciencia, a los recetarios de los recetadores, mi extenso currículum de atenciones psíquicas y somáticas me libera de esa fe.
Me queda, entonces, el silencio, necesario ejercicio. Y una quietud de jubilado que exaspera mi conciencia, no puedo dormir y camino desde mi cama hasta ella misma, sin moverme un milímetro, parpadeo mil veces contando las gotas de noche que ciegan el dormitorio este; dedicado –sin opción- a los ruidos, mi alerta audio perceptivo vigila escudriñador, mis centinelas orejas olfatean el silencio en espera de algo que altere esta quietud de pasaje urbano.
Y avanza el calendario (más segundos acumulados, más todavía) es un peso que no vale la pena medir, la mensurabilidad se excede a sí misma.
Y? ........ como llenamos este ir y venir desde el tálamo a la verticalidad, este pasearse por ninguna parte y estar, mucho....... pero mucho rato sentado, enfrentado a luminiscencias en contraste, a estas convenciones que permiten esta habla muda.
Como nictálope enceguecido; la ceguera Saramaguiana, la ceguera tremenda de los mercaderes de imágenes que hacen “excelentes documentales sobre la ajena miseria” traficantes del dolor que en cotidiano morbo le colocan el título de denuncia a un trabajo realizado para los masocas morales y pa otras víctimas no tan victimizadas -como las que aparecen en esos documentales o en la noticias- obligado entonces a alegrarse por no ser un proleta argentino en época de crisis, o un nativo habitante de África. El crimen cotidiano de estar vivo, la complicidad oblicua de la que te hacen partícipe, te ponen en las narices el hambre del otro y te hacen cómplice. Y hay que tragarse la humana miseria cotidianamente, envasada y lista para el consumo, para el descanso cotidiano de agradecer el no haber sido tocado por la desgracia......... a otros les pasa...... “que a otros les pase, a mi no; no a mi”; reza un pensamiento común entre las 21 y las 22 horas –cuando el informativo estremece y vacuna-.

CLAUDIO CAMUS CERVANTES

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